El Reino Estupidamente Lejano



El día antes de que todo existiera

28/Septiembre/11



Antes, antes de todo, antes de que todo existiera, se dice, había nada, pero, ¿Qué es nada?, eso es lo que mi padre hizo toda su vida, pensar en una respuesta correcta a esa pregunta. Mi padre, él era un gusano, un gusano pensante, como yo, gusanos que pensamos, no como esos que se la viven retorciéndose bajo la tierra, esos, que me dan lastima.

En fin, mi padre dedico su vida a eso, ayer murió, no por accidente, no fue alimento para aves, solamente, se desvaneció. Como polvo, así se desvaneció, lo más curioso es que en su lugar apareció un peculiar abanico de mano, pensé que era algo significativo, por eso estuve toda la tarde de ayer con el abanico entre mis manos, y entonces, casi me da un infarto, me di cuenta de que algo verdaderamente increíble, algo imposible, pues ¡Tenia manos!, y los gusanos ¡No tenemos manos!, pero entonces, antes de que me pudiera infartar, el abanico comenzó a llenarse de un estampado de extrañas figuras que poco a poco formaban un rostro con alegre expresión. Enseguida hablo y dijo: “A cambio de una vida, se otorga una habilidad de la que carezca el elegido y una entrada al evento de “LA NADA”, por favor agite el abanico ahora”.


Accidente

Las miradas indiferentes mirando mi cuerpo descuartizado en el pavimento, los rostros que no mostraban nada, era un rostro sin rostro, mi sangre corriendo entre las suelas de zapatos de desconocidos, mis sesos esparcidos en el frio pavimento, una escena tan gore, que tan solo pensar que eso era real, me daba nauseas, escalofríos, pero a la vez un tanto de resignación. Pasaban personas, lo recordaba bien, como en aquel momento, escuchaba ambulancias, grúas, y un sinfín de automóviles de rescate y atención médica, era la pesadilla que jamás quise tener, era un momento en mi muerte que jamás olvidare, podía sentir el frio de aquella noche viviendo en mi piel de nuevo, el olor a sangre mezclada con gasolina esparcidos en el pavimento, las sirenas chillonas retumbando en mi cabeza. Cada segundo que pasaba por algún lado, sin sentir el suelo, cada momento en el que respiraba el elido aliento de la niebla nocturna, cada momento me recordaba el momento en que había muerto, presenciándolo una y otra vez, hasta el fin de los días que conté una vez.